martes, 11 de septiembre de 2012

Rebelde con causa

Benedicto Jiménez, rebelde con causa

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Policía a tiempo completo. El coronel (r) Benedicto Jiménez saltó a la luz con la captura del líder senderista Abimael Guzmán. Ahora, lejos de la institución policial, se ha dedicado, en cuerpo y alma, a gozar de la lectura, ejercer la abogacía y hacer su pinitos en la televisión. Tiene un símbolo siempre presente: “la Gringa María”, su madre. Con Marco Miyashiro, a un año de la captura de Guzmán, en un curso realizado en Japón, en 1993. Además, junto a quien él llama “la Gringa María”, su adorada madre, y un hermano. Perfil
NACIÓ. En Pisco, 7 mayo de 1953.
COLEGIOS. Primaria en la Escuela Nacional de Pisco y secundaria en Ricardo Bentín (Rímac).
POLICÍA. Al segundo intento ingresó al Centro de Instrucción de la ex PIP.
EGRESÓ. En 1977 ocupando el primer puesto de su promoción.
AUTOR. De “La captura del siglo”.
ESTUDIÓ. Derecho en la Universidad Federico Villarreal.

POLICÍA A TIEMPO COMPLETO • El coronel (r) Benedicto Jiménez saltó a la luz con la captura del líder senderista Abimael Guzmán.
• Ahora, lejos de la institución policial, se ha dedicado, en cuerpo y alma, a gozar de la lectura, ejercer la abogacía y hacer su pinitos en la televisión.
• Tiene un símbolo siempre presente: “la Gringa María”, su madre.

María Elena Castillo Hijar.
“Mi esposa se ha puesto muy celosa. Dice que ahora que salgo en la televisión las chicas me van a buscar”, revela en broma, sonriente, el coronel (r) Benedicto Jiménez Bacca.
Todavía se siente medio extraño por su debut en la pantalla chica al presentar “Detrás del Crimen”, programa que reseña famosos asesinatos cometidos en nuestro país.
Analista en temas de subversión. Jiménez tiene mucho que decir en materia policial: fue uno de los principales protagonistas en la captura del líder senderista Abimael Guzmán, a quien siguió durante tres años, como integrante del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN).
Ahora, desde el miércoles último, colabora en la investigación periodística que recrea casos policiales del programa televisivo. Ayuda de manera decisiva en la solución de muchos de ellos.
De algún modo este nuevo oficio le hace revivir su época de investigador, aquella que dejó –por voluntad propia– el año pasado, cansado de la discriminación a su labor policial.
Vocación policial
Cuando era aún un niño, Benedicto soñaba con ser ingeniero civil y construir viviendas y edificios, como hacía su papá. De adulto, la falta de recursos económicos lo obligó a escoger la carrera policial.
En 1973 ingresó al Centro de Instrucción de la entonces Policía de Investigaciones del Perú (PIP). No tardó mucho en darse cuenta de que había hallado su verdadera vocación. Cuatro años después, se graduó, ocupando el primer puesto de su promoción, y con espada de honor.
“Para ser ingeniero se necesita imaginación y creatividad. Lo mismo se requiere para investigar y entender cómo actuarán los delincuentes”, señala intentando explicar el giro de más de 180 grados que dio en su vida.
Lo más difícil para él fue adecuarse al sistema tipo castrense: levantarse antes del alba, realizar ejercicios hasta extenuarse, obedecer sin dudas ni murmuraciones.
A esto último nunca se acostumbró. Precisamente, por decir lo que pensaba en más de una ocasión le dijeron que “era un oficial rebelde”. Y por eso mismo durante 12 años le negaron el merecido ascenso a general.
Férrea convicción
El año pasado, y a solicitud propia, Jiménez pasó a retiro con el grado de coronel. “Fue una decisión difícil pero necesaria. Ascendieron compañeros, incluso de promociones anteriores a la mía, y con menos experiencia”, cuenta.
Su último ascenso fue en octubre de 1992, un mes después de la captura del máximo líder senderista. En ese momento, le resultó caro revelar que el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) –bajo el mando del prófugo ex presidente Alberto Fujimori y su ex asesor Vladimiro Montesinos– no había participado en la captura del siglo.
El coronel confió en que al retornar la democracia las cosas serían diferentes. Sin embargo, para él nada cambió. Esta vez no gustaron sus advertencias sobre un posible resurgimiento del terrorismo bajo la dirección de los mandos encarcelados. Menos aun porque declaró a la prensa sin pedir permiso a sus superiores.
“Tengo que decir lo que pienso, lo que creo correcto. Es un valor que aprendí de mi madre”, dice. Sus ojos se ponen vidriosos, relaja el ceño, casi siempre fruncido, cuando evoca a su madre: “la Gringa María”.
El mejor ejemplo
“Mi madre era una enfermera griega que llegó al Perú escapando de la Segunda Guerra Mundial y la insanía de los nazis. Su destino era Venezuela, pero terminó en nuestro país”, cuenta, mientras se suaviza su fuerte e incisiva mirada.
Estaba casada con un español que murió de embolia pulmonar, dejándola sola y con dos hijos. “Esta oportunidad fue aprovechada por mi padre, un zambo chinchano, guitarrista y constructor de obras públicas. Logró embaucarla diciéndole que era soltero, la enamoró y la hizo su conviviente. Mi padre, cada vez que se emborrachaba, se jactaba entre sus amigos, gritando que tenía una griega como mujer, descendiente de los grandes filósofos de la antigüedad: Sócrates, Platón y Aristóteles”, escribió el propio Jiménez en su libro “La captura del siglo”.
De ella, afirma, aprendió a ser franco y sincero, aunque eso sea mal visto en sociedades como la nuestra, en la que la hipocresía es lo común. “Heredé de ella, esa manera peculiar de hacer amigos y enemigos”, revela Jiménez.
La recuerda siempre añorando a sus hermanos, a los que dejó al otro lado del mar. No se cansaba de enviar cartas cada vez que un barco griego llegaba a Pisco. Y sus ojos se entristecían cada vez que se cercioraba de que no había respuesta.
Cuando el pequeño Benedicto la veía así le decía, esperanzado: “Mamá, cuando tenga dinero te voy a comprar un pasaje para que vayas a Atenas y visites a tus hermanos”.
Aún le duele no haber cumplido con su promesa. Sin embargo, antes de su muerte, la “Gringa María” pudo ver de cerca la gloria de su hijo, aquel negrito que le hacía renegar con sus travesuras, pero a quien protegía al máximo del peligro.
De la misma manera actuó él con sus propios hijos, a tres de los cuales envió fuera del país para alejarlos de la insanía terrorista. La última se quedó porque aún era pequeña. Los cuatro –aunque cuestionan sus ausencias– están orgullosos de que él haya ayudado a pacificar al país.
Benedicto lo está también.

“Yo soy un hombre serio”“Nací el 7 de mayo de 1953, en una casa de adobe y techo de quincha, ubicada en un barrio pobre conocido como Santa Rosa, bajo el signo de Tauro que me hace de mente analítica, reflexivo y perceptivo, amigo de profundas soledades, con la facultad de adelantarme a la quinta intención de las personas, cualidades que me ayudaron mucho en mi carrera de investigador criminal, especializado en la lucha contra el terrorismo”, escribió el mismo Benedicto Jiménez en su libro “La captura del siglo”.
Quien lo escucha y lo ve en persona concuerda con sus palabras. De aspecto severo y mirada fuerte, se califica como un hombre serio. Mara, su esposa, le da a su vida esa indispensable alegría de vivir para ser feliz. Se conocieron en un baile, cuando ambos estudiaban para graduarse de policías. Él, como brigadier de su salón, estaba todo seriecito cuando, de pronto, apareció una chica que lo invitó a bailar. Desde ese día solo los separó el trabajo. “Lo bueno es que ella siempre entendió mis ausencias por el trabajo, tal vez porque también es policía”, afirma. Producto de esa unión nacieron Fiorella, Alan, Melania y Alessandra. Los tres primeros viven y estudian en Estados Unidos. La última -aún en el colegio- alegra su hogar.

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